jueves, 7 de enero de 2016

2015, otro año de sombras, por Alfredo Aranda Platero. Publicado en el diario.es.

 
30/12/2015 - 23:00h

El verbo «recortar» ha sido el más conjugado durante el año 2015 (como también lo fue en años precedentes). Se ha llegado a recortar hasta la suerte, con el 20% que el gobierno se queda de los premios de la lotería. En este afán recortador, en este frenesí trastornado, se ha recortado de todo: se mutilaron las plantillas de los centros educativos, se podaron las prestaciones sanitarias, se cercenaron los derechos de los dependientes, se trasquiló el sueldo de los funcionarios, se castró –en definitiva– la ilusión de la gente. Ni Tobe Hooper, en su película  “La matanza de Texas”, recortó, mutiló y cercenó tanto y con tan mala baba.
En este «aquelarre» (reunión de brujas y brujos con aviesas intenciones) participaron todos: los que mandan, por acción, y los que quieren mandar, por omisión, y planificaron el asalto a los derechos de la ciudadanía llegado, incluso, a poner tasas judiciales que alejan la justicia de los trabajadores, haciendo casi imposible que un trabajador despedido o un consumidor engañado pueda hacer efectivo el derecho a la tutela de los jueces y tribunales que dice el artículo 24 de la Constitución.
Que la justicia tenga un precio es la expresión máxima de un país corrupto. La constitución recoge la tutela judicial como un derecho fundamental de los ciudadanos, conculcar este derecho deslegitima al ejecutivo responsable de tamaña injusticia. Si acceder a la justicia en busca de tutela es un derecho recogido en la Constitución ¿por qué hay que pagar por ello? La respuesta la dejo a la imaginación del lector.
La democracia pierde su esencia cuando el grupo político que recibe el mandato popular para gobernar lo hace de espaldas al ciudadano. Dice la RAE, en su primera acepción, que democracia es la «forma de gobierno en la que el poder político es ejercido por los ciudadanos», es obvio que esta definición no se corresponde con la realidad de lo que pasa por estos lares. En la tercera acepción indica que es la «doctrina política según la cual la soberanía reside en el pueblo, que ejerce el poder directamente o por medio de representantes», tampoco podemos aplicar dicha definición en el territorio español. A ver si acertamos con la cuarta acepción: «Forma de sociedad que practica la igualdad de derechos individuales, con independencia de etnias, sexos, credos religiosos, etc.», esta definición, igual que las anteriores, no se ajusta a la realidad de lo que sucede en España, dado que los derechos están siendo pisoteados reiteradamente. Podemos concluir que el gobierno de turno (tampoco lo hizo mejor el anterior) no respeta los preceptos de la democracia, ni el mandato de la constitución y debería ser considerado ilegítimo. 
Decía Séneca que el hombre más poderoso era el dueño de sí mismo, y es eso, precisamente, lo que impiden los poderes públicos: la libertad individual, el poder que la democracia real da al individuo. No interesa que haya muchos individuos libres y «poderosos», hay que tener a la ciudadanía acojonada con hipotecas, con familias que sacar adelante, con trabajos precarios, arrodillados ante el poder, alejados del derecho a la justicia y sometidos a la autoridad del dinero.
La regeneración democrática del país solo puede venir de la educación, esta máxima era defendida por Francisco Giner de los Ríos (1839-1915), fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Cuánta falta nos haría hoy día volver a la filosofía de la ILE como eje vertebrador del sistema educativo, como punto de partida para regenerar la sociedad y desterrar las actitudes totalitarias y antisociales. Giner de los Ríos invocaba el principio de libertad e independencia de la educación para alcanzar la revolución de las conciencias. ¡Qué lejos andamos en la actualidad de esos preceptos pedagógicos!
Hoy todo es un gran teatro donde el público, desde la platea, asiste atónito al espectáculo que sucede en el escenario donde se lleva a cabo la representación teatral. El presidente del gobierno escenifica, con sus dolientes ministros como plañideros, lo bueno que es y lo mal que se siente por los recortes que la primera ministra alemana Merkel le obliga a hacer. El aspirante a presidente, con sus aspirantes a ministros, llama al presidente indecente mientras éste le dice mezquino.
La obra teatral resulta impostada y patética. En el escenario también actúan dos aspirantes, de nuevo cuño, que esperan que uno de los principales patine para lanzarse y ocupar su sitio. Murmullos entre el público. Dudas. Crujir de palomitas. Tras las bambalinas esperan los de siempre, los que dirigirán el país realmente: los lobby de las eléctricas, del gas, del petróleo, todos los del Ibex 35, los del Eurostoxx 50, los del MSCI World, Merkel… Desde el palco, con acceso directo a los camerinos, asisten, emboscados en las sombras, aquellos que gozan de privilegios: los protegidos de los lobbys, los testaferros, los esbirros con galones....
Termina la representación. División de opiniones en el auditorio. Aplausos. Silbidos. Abucheos. Algunos desde los palcos escupiendo a la platea. Otros intentando tomar el escenario, pero el proscenio está preparado para impedir el asalto y se frustra el intento. El teatro se va vaciando, algunos se resisten a abandonar el auditorio y persisten desolados como asumiendo que todo sigue igual, otros van saliendo cantando la internacional con el puño el alto, algunos cantan el cara al sol, hay quien dice «esto con Franco no pasaba», también están los que relatan «todavía padecemos los 40 años de retraso de la dictadura de franquista», también se escucha no sé qué de los fusilamientos de Paracuellos y que los golpistas fueron los culpables de todos los muertos, los suyos y los ajenos, por romper el orden constitucional establecido en democracia. ¡Ya es hora de romper el cordón umbilical que nos mantiene unidos al pasado!
Nos olvidamos de que los unos y los otros somos todos, y todos podemos cambiar la realidad que nos imponen y construir un país más justo. Dejémonos de enfrentamientos estériles y construyamos un cambio real, y quizá, así, esté más cerca el «niño negro que anuncie a los blancos del oro la llegada del reino de la espiga» (del poema «Oda a Walt Wihtman» de Lorca).